Una reunión de trabajo, una salida tardía y el transporte  público, ralo para las horas de neón,  encienden en Pedro todas las alarmas mentales y un cosquilleo que atraviesa sus inseguridades. Ríos de información bombardeada día y noche abren paso a sensaciones encontradas de heroísmo cinematográfico y realidades soslayadas que, febrilmente, ondulan en su cerebro buscando un estado alfa difícil de conquistar cuando el recorrido  avanza y los edificios se alejan .

Pocos se aventuran a transitar la noche con la  diaria de robos, asesinatos, muchedumbres encolerizadas y hasta un puma suelto escapado de la casa de algún idiota que creyó poder tener tan salvaje mascota.

La luna avanza  dominando la sombras con su sonrisa, tierna o imperfecta según el cristal,  como última compañía para desandar los pasos. La tierra, salpicada de piedras, lejos de ninguna humedad, cruje groseramente bajo sus zapatos aumentando la tensión del cuerpo a cada paso. Inmensas cuadras de campo muestran, el pequeño recuadro de su hogar, como una imagen de horizonte escurridizo y duda entre fumar un cigarrillo o trotar los metros faltantes. Decidiendo que lo menos saludable, al menos podría atemperar la ansiedad, se detuvo y frotó la cerilla. La llama reflejó dos ojos encendidos entre los matorrales que delimitan la calle; la quietud de la noche abrazó todo su cuerpo y la adrenalina acrecentó sus sentidos. Achinó la vista para identificar lo físico detrás de aquel brillo, ralentizando el tiempo, en la busqueda de esa imagen. El fuego llegó a sus dedos y en acto reflejo movió su mano hasta apagarlo mientras acostumbraba la visión a la nueva realidad, todo, en el mismo instante que la bestia en movimiento rozó la vegetación. Su cerebro le ordenó correr con todas las fuerzas.

Presintió un asalto de garras en su espalda, la fauces atacando el cuello hasta inmovilizarlo, imaginó el último hálito cara a cara con la bestia.

Sus piernas de gelatina parecen no poder sostener su cuerpo de manera estable, el aire a bocajarro no alcanza a llenar sus pulmones y el corazón quiere estallar o detenerse; casi sería un alivio entregarse a la masacre y terminar rápidamente el sufrimiento.

 A sus oídos llega el trote apagado del animal retumbándole en el cerebro y  el pecho, como marcándole el tiempo a su propio puño.  Divisó cercana la puerta. Supo que no habría tiempo para destrabar la cerradura antes de que lo alcanzara y decidió actuar como en una película; acometer con todo su cuerpo y  velocidad para romperla y, una vez dentro, cerrar apoyándose contra ella. El golpe del hombro, la cabeza y derrumbarse fue un solo movimiento;  sentado de espaldas a la puerta alcanzó a abrir los ojos justo para ver llegar a su Golden Retriever a la carrera y con la lengua lista para saludarlo.

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